Llegó al hip-hop, ella misma lo confiesa, por pura casualidad, pero ahora va a ser difícil que el movimiento urbano por excelencia pueda prescindir de Anier, porque la rapera barcelonesa le está dando brillantez, rotundidad, alevosía, atrevimiento, ruido y furia.
Anier defiende como nadie el territorio de la desolación emocional, la confesión honesta y brutal, a verbo descubierto. Su palabra no se
esconde, se delata. Aúna rabia y emoción sintetizando, en frases directas y cortantes, sentimientos personales y profundos. Anier sangra, pero no precisamente por morderse los labios, si no por las dentelladas de sus vocablos.
Es rápida y está cargada, como un arma automática de repetición, balas donde nobleza obliga y emocionalidad manda, donde Anier se busca, se encuentra, se pierde y se vuelve a buscar. Hija de las hijas del boulevard de los sueños rotos, Anier ha firmado varias de las mejores canciones del actual panorama hip-hop: “Fuego a tregua”, “Carnaza”, “Caballos dopados”, “Escarlata”, “Siéntelo”, “Náufragos” u “Oasis”. Las vistas de sus vídeos se van contando por millones en una trayectoria artístico-musical que apenas llega a los tres años.
Sus conciertos son sinónimo de adrenalina. Aquelarres multitudinarios donde el público se extasía con la brujería de la palabra, con el malabarismo mágico de su rima inmisericorde. Y es que Anier atrapa porque rapea con extrema firmeza sin rehuir del lado oscuro o la tristeza. No miente, porque no tiene miedo a exponer su miedo ni a ser perfectamente imperfecta. Anier le canta a sus verdades y a su verdad, que no es universal, sino la suya y la muestra de manera arrasadora y categórica.