Trabajo de la semana: Sun Kil Moon - Common As Light and Love Are Red Valleys Of Blood (2017)
Antes de que os echéis encima mío por la selección del álbum de esta semana, quiero recalcar que una de las labores de la crítica musical reside en su capacidad para proponer nuevas formas de escuchar y de enlazar distintos sonidos en principio alejados entre sí –algo que en el fondo no es otra cosa que llevar el trabajo del dj a la escritura, eso sí, y debido a su formato, con un ritmo más reposado, un mayor distanciamiento. Una crítica reducida a señalar si algo te gusta o no además de estéril es presuntuosa, como tu palabra fuera la divina/real. Por todo esto, hoy vamos a catalogar este trabajo dentro del hip hop buscando lo que nos puede aportar.
Habrá quien le suene el nombre de Mark Kozelek, la persona detrás de Sun Kil Moon y anterior vocalista de uno de los grandes grupos de slowcore de los noventa, Red House Painters. Prolífico y polifacético artista, el año pasado lanzó un esperadísimo álbum junto a Jesu, o dicho de otra manera, mano a mano con esa mente maestra del metal, la electrónica experimental y la música en general llamado Justin Broadrick. Gracias a esta colaboración algo cambió en nuestro músico de Ohio, quizás no hacia la dirección que la mayoría de sus fans esperaban, y que se ha cristalizado sorprendentemente en este Common As Light and Love Are Red Valleys Of Blood.
No hace falta esperar mucho para darse cuenta de las novedades introducidas en su folk, así, a los acordes de guitarra cristalinos de “God Bless Ohio” se le añade un bajo que puede recordarnos a, por citar a alguien cercano, aquellos utilizó R de Rumba en Genios. Sin embargo su voz todavía no parece afectada, continuando en la línea de su anterior Universal Themes (2015); tranquilos, estamos ante un álbum excesivo de más de dos horas de duración cuya progresión es preferible que sea degustada a piezas, una canción al día, como la medicación. Por eso, a la noche siguiente “Chili Lemon Peanuts”, entre el tráfico congestionado y el tono febril, Kozelek pasa poco a poco de recitar a acelerarse en una verborrea que nos da las claves para cruzar el portal de la mano Gil Scott-Heron y bajo la atenta mirada de Slick Rick. De ahí que “Philadelphia Cop” pudiera estar producido por Madlib con un potente groove y un cantante fluyendo por el ritmo como nosotros lo haríamos con este tema sonando en el carro; cuando repite ‘I ain't no one’s puppet’ y comienza a maldecir nos obliga a levantar las manos y corearlo al estilo noventas. Sensación en la que se profundiza con la llegada de un diálogo en coña a mitad del tema. No hay duda, el de Ohio está utilizando los trucos del hip hop con un estilo sutil, como si los dibujara con un lápiz muy afilado. Pero aún queda más, la introducción de un estribillo melódico folk que intenta reconducir mediante giros su sonido lo único que consigue es hacer al tema más interesante, como si estuviese colaborando consigo mismo, favoreciendo así unas subidas y bajadas propias de un coche botando que ríete tú de ciertos West Coast. Y a todo esto se añade un final propio del hip hop alternativo, con chasquidos de palmas, provocando que el cuerpo se mueva de un modo insospechado para alguien que tenía una idea fija de cómo sonaría este álbum. Otro álbum más.
Pero no lo es, Kozelek nos está dando una lección de cómo alguien que viene de fuera del hip hop concibe a éste como algo más que distintos sonidos enfrentados, usándolos libremente y creando mapas enciclopédicos. Así “The Highway Song” tiene un petardeo de puro bounce con el que se te cae la mandíbula al suelo –o cómo recordarnos que con los sintetizadores estilo banger no se tiene por qué caer en el EDM–, pero nuestro vocalista no se despeina y, todo chulo, sigue soltando sus historias hablando del bien y del mal más allá de él, con la visión del narrador que se niega a arrancarse su subjetividad pero posee la distancia suficiente para darle esa cadencia agotada que deja en nada la propuesta del último Dom Kennedy. Y continúa fusionando escuelas cada vez más arriesgadas con ese cambio a mitad de la canción con unas trazas de gothic country, oscurísimo, otra forma de hacer horrorcore aupada por esa bipolaridad que contiene el álbum, fundiéndose a la perfección en la atmósfera –distinta a “Sarah Lawrence College Song” y su clima próximo al TeenWitch (2014) de Bones.
El largo viaje que nos conduce de L.A. a Luisiana pasa por Texas en “Lone Star” y su crítica a la transfobia. Por ello, no sólo repasa la biografía hip hop y replica sus sonidos mediante otros medios o extrae distintos sonidos de los mismos trucos de siempre – como “Butch Lullaby” surgiendo de sus entrañas el Miami Bass y sus voces que casi parecen sampleadas–, sino que rellena lagunas reivindicativas. Sigue su cartografía con el hardcore funk de “Stranger Than Paradise”, o el r&b fuera de tono de “Early June Blues”… sólo unos cuantos ejemplos de lo que nos espera en el álbum. Y podríamos seguir, quedan más de cuarenta minutos de música, pero mejor que descubráis cada uno de sus detalles por vosotros mismos.
Un fenómeno en el arte del storytelling que más de cuarenta años después del Red Headed Stranger de Willie Nelson consigue fusionar imaginarios y sorprendernos a propios y extraños.
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