Sin que sirva de precedente esta semana vamos a salir de los Estados Unidos para viajar a Reino Unido y reseñar el trabajo de Dabbla, MC que ya venía pisando fuerte con su anterior Year Of The Monkey (2016) y que ahora nos ofrece un álbum cuya portada, un diabólico títere reconvertido en cometa que recuerda al Hatchet man de Psychopathic Records, promete emociones fuertes.
“The Boy (Intro)” realmente no nos prepara para lo que vamos a enfrentarnos, una conversación, scratcheos… nada fuera del otro mundo, muy de batalla. El sonido oriental de “Cardio” sigue prometiendo un 4x4, aquí impregnado de estilo británico, casi como si estuviéramos en un freestyle en el que el MC hace galas de su privilegiado tongue twisting. Pero entonces llega el white noise de “Arcane” que nos introduce en una free party chav y comprendemos todo ese mundo de primera mano, el sudor, los labios carnosos llenos de saliva, la calma ácida, el subidón que no es exactamente un movimiento de cabeza, tampoco un baile, sino calambres epilépticos. Tan dentro estamos de esa casa destartalada que el cambio a “Blaze It Up” nos pasa completamente desapercibido, nuestros ojos miran más allá de la ventana sucia, el verdor lluvia y los lores con peluca. Sus calambres, donde todas las culturas se cruzan y se aparean, nos hablan más del carácter británico que sus frentes nacionales, debates sobre el oi! y el ska y los peinados mod.
“Ever Seen (Ft. Problem Child)” es un paso todavía más oscuro, más lento, paranoico, que nos conduce a “Whole Bag” con los ojos en blanco y espuma en la boca. Sus sonidos de videojuego es nuestro estado mental ausente, combinado con una latente violencia excéntrica a lo Die Antwoord meets The Cool Kids. Tras sentirnos atraídos por su realidad finalmente hemos quedado atrapados en ella perdiendo la noción de que antes existiera otra. Pero la cosa va a más, “Don’t Lie” comienza como película de terror de serie b de la Hammer y continúa con una base que no es tal sino meros efectos sonoros, ruido tenso y dientes podridos, distanciándose de la imaginería white trash de Madchild. La pesadilla digna de Danny Brown despierta en “Uh Huh” con los escalofríos del sobrevivir a una sobredosis pero seguir bajo sus efectos a juzgar por la velocidad de los ojos de Dabbla. Más importante que el mismo ritmo lo serán entonces los efectos que van entrando y saliendo, ilustrando su (nuestro) estado mental. Una forma macabra de rap introspectivo.
“Say Nutin” se asemeja al caminar tambaleándose por la calle, de noche o de día, qué importará, habiéndose transformado por completo el álbum de la fiesta al horrorcore. Por eso, después de un tema tan fatigoso “Water Fist” introduce unos graves que funcionan a modo de desfibriladores para nuestros corazones, convirtiéndonos en unos Frankenstein –o Chev Chelios– moviéndonos al dictado de sus rimas en “Credit”. Que vengan los temas que quieran nosotros responderemos positivamente, sin voluntad alguna –poniendo a prueba a nuestro pulso en los menos de dos minutos de “Hell Nar”. Después de todo este viaje descubrimos que no nos encontramos ante un álbum de rap sino con una máquina de lavado cerebral.
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