¿Cómo comenzar un álbum tan personal? Pues mediante “Daughter (Hailey-Nirvana)” y ese sonido tribal africano una vez hemos destrozado sus culturas y por instrumentos sólo disponen de cubos de basura y desechos. Por eso no hay subgrave que se imponga, menos cuando está hablando de su hija. Lo importante entonces no pasa por el sonido electrónico actual sino por una percusión irregular casi jazzística marcando otros horizontes musicales. Por si no ha quedado claro, el extracto final donde suena salsa permite combinar diversas geografías musicales, desafiando la linealidad y uniformidad de nuestros oídos. El de Toronto nos intenta hablar vida desde el minuto cero y no sólo clichés.
Por eso nos puede chirriar el siguiente “God / Guard Up”, demasiado conformista y efectista. Al menos la introducción de un break autotuneado muy del gusto del Kanye West de 808s & Heartbreak le da otro toque a la opresiva atmósfera general –influencia que se repetirá a lo largo del álbum, como el final de “Redway’s Song” (con Redway). Sean Leon va a tener que pelearse con murallas de sintetizadores hasta hacerlas suyas, recogiendo el sonido trap y dándole las vueltas que él desea hasta que tenga la forma de látigo con el que flagelarse. Como ese “905 9to5” con regusto de un chopped & screwed cada vez más entrecortado, crudo pero saltarín. En este sendero el tropezón del segundo tema quedará rápidamente olvidado y para “Suburbia (Heaven Or)” nos encontraremos con un sonido cloud entre olas californianas, capaz de transmitir una delicadeza insospechada en el primer y brutal tema. Como si la ternura estuviera reservada para aquellos que aguantamos la contemplación de su desesperante portada, ahí donde la niña no posee futuro alguno y, a la vez, todo horizonte es posible.
Habiendo pasado el portal del no retorno, el cartel que nos indica la nueva localidad tiene el nombre de “Matthew In The Middle”, junto a Daniel Caesar, con esa referencia a Malcolm en versión retorcida donde encaja muy bien su atmósfera dark folk, la cual poco a poco se va escurriendo entre un evocador órgano soul y un bajo funk, emparentándolo más con A Tribe Called Quest que con la mediática apología a la violencia. Tema que, por otra parte, recuerda mucho al estilo inocente aunque agrio de J. Cole en el inicio de ese tremendo tour de force llamado Forest Hills Drive. Esto no es casual sino que apunta hacia el mismo corazón de este I Think You've Gone Mad (Or The Sins Of The Father), moviéndose entre el estilo nerd y el sonido más salvaje, como si se tratase de la contrarréplica musical a la película Dope, aclamada por cuestionarse la representación afroamericana y, por eso, las posibilidades de vida que se les abren: O eres Steve Urkel o un pandillero, no hay más opciones.
Gracias a esta intuición, al regresar a la rabia de “Win” lo hace situándose a cierta distancia de esa representación, modulando el sonido de manera que pueda escapar de una etiqueta u otra –aunque de nuevo nos encontremos con un sonido más plano a pesar de los diversos ambientes que contiene. La más ‘drakeana’ “Kill My Mind” posee una mayor profundidad y, sobre todo, distanciamiento, a través de todas las filigranas sonoras que viajan por el tema –esa guitarra que imita a la percusión del primer corte, vagando despistada. Y esa lejanía se convertirá en la del padre respecto a su hija cuando se imponga el último fragmento en forma de nana a un bebé que llora, contraponiendo la suavidad y ternura absoluta, sólo disponible para sus hijos –como mucho, temporalmente–, con la tensión de los siguientes temas donde vemos que la paz no es posible –“81 (Prequel)” o el estado depresivo de “81”.
Esta dialéctica es el motor de la epopeya en forma de álbum que narra Sean Leon, vertebrada por subidas y bajones de ánimo. Nada menos que veinte temas que piden paciencia al oyente pero a cambio nos regalan sinceridad tanto en las palabras como en los arreglos musicales –“Hey Pretty Girl With The Dirty Mouth II”–, desnudos emocionales que muestran que tampoco es un santo –capaces de ser expuestos sin palabra alguna en la primera parte de “Blk Pnk Mf'er / Me & My Bitch” para en la segunda intentar zurcir el corazón–, cabreos, esperanzas y desilusiones que nos erizan la piel –“Xylo's Lullaby / Sweet Girls Always Fall For The Monsters”–… Una auténtica opera-rap que busca ser el contrapunto, al menos en el terreno conceptual y sonoro, del To Pimp a Butterfly de Kendrick Lamar. Palabras mayores en su corazón.