Más conocido por sus colaboraciones, de este oriundo de L.A. siempre he esperado un álbum redondo que, por una razón u otra, nunca llegaba a realizar. Por eso no tenía puestas demasiadas esperanzas en este Los Angeles Is Not for Sale Vol. 1 y, gracias a ello, la sorpresa ha sido mucho mayor. A veces la desesperanza y el sentirse defraudado ayudan a disfrutar con mayor intensidad de lo que nos ofrece la vida, y si no atentos.
Su introductorio “Let the Money Burn”, de sonido titilante y una cadencia chopped & screwed que repite ‘let’s get this cash’ con una extraña desgana, nos trae una música que esquiva categorizaciones. Su forma de soltar las palabras, arrastrándolas cansinamente sin perder por ello fuerza, combinado con un sonido completamente envolvente, crea un paraje propio de la ensoñación de un chico de esquina, como la fantasía del coche de la portada aparcado en el gueto. Ritmo y tema gordísimo y extraño, que no se amolda exactamente a los cánones de un lado u otro. Dom Kennedy nos propone un trabajo con el que caminar arrastrando los pies, mirando al suelo pero con la mente en el cielo y una sensación de estar fuera de sí. El sueño americano se resiste a irse, aferrado a los cuerpos que transitan los estercoleros de éste.
“T P O” recoge el west coast de funk gordo, lo rebaja moviéndolo hacia Hawái, costas mejores, más amables al menos, y finalmente lo junta con el sonido despreocupado y medio festivo a la 50 Cent –algo que se repetirá en el más tooshortiano “Johnny Beach”. Sin embargo, sigue existiendo un poso de tristeza, de la fiesta que disfrutas en un rincón, deseando, prohibiéndote. Para alejarnos de allí, “Dominic, Pt. 2” arranca con los sintetizadores de comienzo de siglo al estilo de la Byrdgang con Jim Jones a la cabeza. Momento durante el cual incluso gente como Bishop Lamont lanzaban temas para conducir en medio de la ciudad nocturna y desértica, sonido electrónico que estuvo en lo alto hace una década y desapareció. Por eso, con la amargura del rey depuesto, este corte mantiene la coherencia con el tono global del álbum.
Pese a estas referencias, su delicada producción para nada suena obsoleta, antes sirve para crear una sensación de desplazamiento, como facilitándonos una perspectiva desde la cual comprender mejor los fraseos del de California. Así, tras la segunda parte ralentizada de “Dominic, Pt. 2”, un cansancio que todavía retiene placer en el iris, llegamos a “In Other Words” junto a Troy NMka. Éste, si bien contiene los bajos de las nuevas fórmulas made in Atlanta, también posee las esencias del r&b noventero –más enfatizadas que el posterior “When I'm Missing U”–, reforzando la imagen de que Dom Kennedy es uno de esos privilegiados que saben traducir los años pasados a las sensaciones del presente sin calcar un sonido u otro, haciendo algo distinto y al mismo tiempo de raíces reconocibles –incluso en tracks más clónicos como “Everywhere I Go” podemos encontrar partes destacables.
Ejemplos de lo dicho serán temas como “California”, entre un ritmazo que ya querría para sí The Game o el mismo Ice Cube, llevándonos a esas puestas de sol sentados con unas sillas plegables en mitad del barrio; también “The 76”, manteniendo las sensaciones anteriores después de que por allí haya pasado ese huracán llamado Kendrick Lamar. O “96 Cris”, donde el cuatro por cuatro se encuentra acolchado entre una atmósfera lounge, de bienestar drogado donde el sol comienza a salir entre nubes moradas –estado mental que se repite bajo fórmulas distintas como el más texano “We Still on Top”. Pero si queremos contemplar un cielo de colores que nos corte la respiración entonces tenemos que ir a “U Got It Like That” con Niko G4, una maravilla casi shoegaze.
Esa es en definitiva su misión, protegernos del sol, absorbiendo los colores, reflejándolos de manera distinta, chupándonos la vida y devolviéndonos a cambio un disco para ser disfrutado en la soledad de los cuerpos cansados de soportar la vida adulta.
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